“Amor mío, me tienes más que harta”. Era la única línea que había logrado teclear en toda la noche. Había llenado la papelera de hojas casi en blanco, un gesto aprendido, impropio de una ecologista. Como empezar por el final o dejarse las uñas y las pestañas en la vetusta Smith & Corona, por el mero placer del sonido. Fue a la cocina, se sirvió otra taza de café frío y al pasar por el dormitorio miró de reojo el cadáver. Giró el rodillo. Comenzó de nuevo.