Los cadáveres se amontonan sin pausa. No hay ya quien pueda darles sepultura o incinerarlos. Zhang Kwok llega al laboratorio, escanea su retina, entra apresurado a la zona de biocontención, atraviesa el pasillo de descontaminación y se embute en el traje de presión negativa. Ingresa a la zona de nivel 4. Sharon Carson apenas desvía la mirada de su microscopio. Le apremia para que compruebe la muestra por él mismo. Unos diminutos filamentos nadan nerviosos en un fluido amarillento. Zhang la abraza con una sonrisa amarga tras la escafandra de plástico. Y pensar que nos dieron el Nobel por esto.