En ocasiones, muchas menos de lo que todo el mundo imagina, tengo sexo con mis modelos. Sexo y sólo sexo. Nos calentamos en el diálogo de buscar la belleza en un giro de luz, en una pose que imita la curvatura del universo. Ella está incómoda, acalambrada. Yo le pido un poco más hasta apagar esa sombra que molesta al destello que busco. Ahí. Perfecto. Vas. Follamos rápido. Mi mujer lo sabe. Creo que se imagina más de lo que es y le excita. Le gusta que vuelva a ella después de estar con ellas. La hace sentir hermosa. Cumplimos. Nunca hablamos de ello.
Esto es un oficio, una artesanía, un castigo divino del que tal vez surjan o no algunos euros para el siguiente día. Pero Sofía y yo sabemos que estos juegos de luz han de traernos consecuencias. Yo trabajo en líneas raras que confluyen como alfanjes en el ombligo. Trazos apresurados para dibujar formas nunca antes vistas. Trayectorias. Hace hora y media que Sofía está bajo el estrobo de 500 watts y suda. A ver, amor, un poco más hacia atrás… así. Acabo de dibujar el rigor de tus pezones oscuros contra el fondo luminoso. Estoy concentrado ¿No tienes calor? -me dice-. Y sí, no me había yo dado cuenta del infierno de luz y temperatura en el que estamos. Me quito la camisa y ambos nos sentimos más cómodos.
Marla va en Tercero de Comunicación. Quiere ser profesional y me ayuda con las luces, con el maquillaje, con el ventilador y hasta pide la pizza en los descansos. Es gordita, bonita, sonriente. Sé que me mira con admiración. Piensa que yo conozco algo que ella ignora y cumple con cualquier cosa que le diga; se anticipa. Es mediocre. Piensa que jamás la desearé porque siempre fotografiamos cuerpos perfectos. Como a Sofía. Fría y perfecta. Escucha cómo le digo palabras eróticas y duras: eres hermosa, Sofía, sácalo, quiero que se vea. Te están mirando todos, preciosa, mira cómo te miran. La chica se suelta, se revuelve, y se moja. Los focos calientan hasta arrancar las gotas de sudor y los disparos de la cámara se suceden. Huele a hembra. El estudio tiene luces que no son eléctricas. Huele a celos. Sofía sabe sacar ahora lo mejor de sí misma para la cámara. Ninguno ganamos mucho con esto, pero nos involucramos, tenemos una conversación extraña a través de la óptica de un objetivo. Marla mueve a mis indicaciones el ventilador y el cabello de la modelo ondula voluptuosamente para la cámara. Venga, terminamos por hoy. Mira, ahí atrás tienes toallas y kleenex. También hay gatorades y cocas. Si necesitas cualquier cosa le dices a Marla ¿sí? Háblame en 15 días a ver si compraron las fotos para que pases a por tu cheque.
Sofía aparece diez minutos después con el pelo mojado, los pezones aún tiesos y el pubis trigonométricamente depilado. Me dice que por favor la llame para la sesión de bronceadores. Claro, amor, aunque buscan mulatas, yo te hablo ¿vale? Fragancia a Nenuco. Me besa en la boca y no sabe a nada. Sofía.
Ahora viene el fastidio de siempre de editar las tomas en la Mac. Estoy tan saturado que no veo nada. Los clientes piensan que soy un genio de la publicidad por el premio que me llevé de rebote en Cannes, pero la verdad es que no distingo nada. Todas las fotos son iguales. ¿Marla? Anda, ven échame la mano para elegir la de portada. Soy un profesional. Todas las tomas son perfectas, salvo por… Marla se clava en la pantalla y parece que habla sola. Me dice cosas de las luces altas y de cómo tenemos que adentrarnos en una nueva visión de la visión y de la semiótica de lo no hecho y algunas otras cosas, muchísimas palabras que entiendo pero no logro hilvanar.
Estamos los dos frente a la pantalla y a los dedos nerviosos que ponen y quitan en Photoshop con una destreza que pudiera ser envidiable si alguna vez llegara a interesarme. Sofía, que es perfecta, ahora se ve por fin bella en las manos hábiles de Marla. Estamos cerca, muy cerca, la pantalla nos aprieta queriendo enmarcarnos juntos. Lo logra. Aspiro un olor a sexo mezclado con Nenuco, ambientador y Marla. Porque Marla huele a Marla. No lo había notado hasta ahora. Todo el estudio huele a ella, desde que llego a las seis para encontrar la luz buena hasta que me voy sin echar el cierre a las veinte diez. Todo ese tiempo la he estado respirando. A las ocho de la mañana, aroma a Marla mezclado con Arábiga de Colombia. A las once, entre dos rebanadas de pan de molde para el sándwich de jamón y queso á la microondas. A las dos, con el baguette de salami. A las seis mezclado con café de máquina. A las ocho combinado con JB y coca de dieta. A las diez confundido con el niños como les fue hoy en el cole. A las once con la pregunta de siempre de si hoy viste buenas tetas y fóllame sin ganas.
No sé qué me pasa. Estoy salido. Me fui caliente del estudio y no quiero volver a casa. Y no es de hoy. Llevo unas semanas raro. Entré al Pub y me salí porque estaban esas dos en la barra. No, qué aburrimiento. No quería hablar con ellas. Me acordé que mañana había que mandar las fotos corregidas a la agencia. Dios mío, aparta de mí este cáliz. No quiero trabajar. No me siento con fuerzas. Saco una coca light de la máquina y subo nuevamente al estudio.
No me sorprende. Está todo apagado, menos la pantalla de la Mac que ilumina la cara redonda de Marla. Ya me la conozco. Está editando las fotos de mañana, las del desodorante. Ha puesto a Joao Gilberto. Me siente llegar, pero no se vuelve. Huele a Marla. Todo el estudio. No sé definirlo. Me acerco por detrás. No hemos intercambiado palabra. En la pantalla se ve el cuerpo lascivo de Sofía curvando el universo.
– ¿Te gusta?
– ¿Y a ti?
Nos gusta. Le amarro el cabello con las manos y aspiro profundamente el aroma a café, a baguette, a sándwich, a llamada de teléfono, a ordenador, a mensajero, a toalla, a disparo, a flash. Beso su cuello sudoroso y deja escapar un gemido. Se inclina hacia atrás. En la pantalla están los senos pequeños y duros de Sofía. Los besamos con la vista.
– Quiero que te la folles para mí
Le bajo los tirantes y sobo los pechos grandes y sudorosos de Marla. Las areolas generosas de sus pezones colorados. Me gusta. Me gusta muchísimo. Me aprieto duro contra su espalda. Ahora estamos los tres como siempre hemos deseado. Sigo lamiendo el sabor de este calor cerrado, extendiéndolo por su cuerpo que se abre sin resistencia para mis manos.
Volteo la silla giratoria y mi ayudante me quita la ropa como si me editase en Photoshop. Me recorre con la lengua. Se ensaña. Me enseña. Me muestra. Me desnuda. Me mira a los ojos.
– Ahora sí, vas a ver…